La Vida, por José Luis Garayoa
de Jose Luis Garayoa, el sábado, 28 de Julio de 2012
Posiblemente el
ver acercarse mi cumpleaños, el 7º que voy a celebrar en Sierra Leona me haya
puesto nostálgico. O es que los buenos deseos de tantos amigos me ha desatado
la ternura. No se..., pero quería compartir con vosotros, cuatro cosas que la
vida me ha enseñado y que llevo marcadas en mi alma a fuego, como con hierro de
ganadería..., y que me empujan cuando quiero derrumbarme.
Una es que hay
que endurecerse, pero sin perder nunca la ternura. Y es que en estos lugares
donde la miseria es tan extrema, y donde tantas veces te sientes impotente ante
tanto problema, el peligro es decir no puedo y mirar para otro lado. Y
convencerte a ti mismo de que no puedes hacer nada, porque no puedes hacerlo
todo. Y dejar de llorar al ver a un niño desnutrido... Perder la ternura es
como perder la vida, perder el sentido de por qué y para qué vine aquí. Hoy vi
a Samah y me emocioné. Y estoy contento porque mis ojos brillaron con la
emoción del primer día, con la emoción que sentí cuando me la pusieron en los
brazos diciéndome que dependía de mi si vivía o moría. Y entendí que con la
locura de llevármela conmigo, casi sin darme cuenta... mi ternura se hacía
infinita.
Que los grandes
revolucionarios, los verdaderos, no los de opereta, son guiados por grandes
sentimientos de amor. Amor por la Humanidad, amor por la Justicia, amor por la
Verdad. Y que mi revolucionario favorito, Jesús de Nazareth, se hincó de
rodillas para lavar los pies de los que correrían abandonándolo. Jesús, el
revolucionario que partió la Historia en dos: a.c y d.c. Y que me enseñó que
desde que se asomó a nuestra orilla, amar significa ser capaz de crucificarse
por otro. ¿A quien no le gustaría encontrarse con alguien capaz de morir por
uno?
Los que se
juegan la vida por los demás tienen una luz especial en los ojos, y si les
miras de cerca puedes ver su alma en ellos. Y puedes ver, sobre todo, paz.
La vida me ha
enseñado a no ser realista, si eso significa aceptar pasivamente la realidad
sin intentar cambiarla a mejor. Me gusta algo que leí hace tiempo: Seamos
realistas y hagamos lo imposible. Somos lo que nos atrevemos a soñar. Cuando
vuelvo la vista atrás, sonrio pensando cuánto sacrificio ha costado, pero que
lindo se siente al ver crecer los sueños que tantos me dijeron eran imposibles.
He aprendido que
la valentía disminuye cuando no la usamos. El compromiso languidece si no lo
practicamos. Y que la pasión se disipa cuando no la expresamos.
Decía
Saint-Exupery que el mundo entero se para cuando ve pasar a un hombre que
sabe a dónde va. Saber lo que quiero es básico para poder lograrlo. Cuando
pongo el corazón en cada paso que doy hacia mi objetivo, es cuando soy capaz de
transformar la realidad.
Nuestra
capacidad de sacrificio es infinita. Siempre que paso cerca del lugar donde me
llevaron los rebeldes para comenzar a caminar en chancletas y pantaloneta por
la selva, me digo a mi mismo que sería incapaz de repetir la experiencia. Pero
es mentira. Se que lo haría, porque la fuerza interior viene de las creencias.
Porque uno solo se juega la vida por aquello que cree que merece la pena. Y la
creencia sigue siendo en mi la misma, a pesar de frustraciones y desengaños.
Ella me llamaba Enanito y yo mi Pitufa hermosa. Fui su papá 10 años en Ciudad de los Niños. Qué hermosa es la vida. Su nombre es Marta.
Mi Pitufa el día de su cumpleaños en el albergue de Los Cipreses. Hace ya tantos años que ni me acuerdo cuantos cumplía.
Os presento otro de mis chavales que me llenó de orgullo y al que quise con todo mi corazón Elvis Scott Freeman.
Aunque os parezca increible, por aquellos años entrenaba con mis muchachos corriendo 21 kilómetros. Elvis era un deportista excepcional y ganó los Juegos.
Elvis actualmente. Simplemente un hombre de bien y con un corazón de oro el que tuvo siempre.
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